Cuida tus palabras, tienen poder. Lo que dices, y la forma cómo lo dices, puede hacer mucho bien, pero también mucho daño. De eso se trata el poder de la palabra.
¿Has pensado en tu manera de usar el lenguaje, en las expresiones que utilizas?
El lenguaje es tan influyente que determina nuestra forma de actuar, sentir y percibirnos. Por eso, debes estar atenta a las palabras que dices a los otros y también las que pronuncias para ti misma.
La palabra en la crianza respetuosa
Las palabras de los padres son básicas en la crianza respetuosa porque pueden tener efectos, negativos y positivos, para toda la vida.
Por un lado, el poder negativo de las palabras atenta contra la autoestima y seguridad de tu hijo. Por otro lado, el poder positivo de la palabra contribuye a criar hijos respetuosos, justos y seguros de sí mismos.
Indudablemente, resulta difícil que durante todo el tiempo tengas control absoluto sobre tus palabras, en algún momento herirás o juzgarás. Reflexiona después que haya pasado, no permanezcas en actitud de reproche, y sigue adelante intentando comunicarte con tu hijo cada día con la mejor actitud y afecto posible.
Te aconsejamos usar el poder de tus palabras para:
- Aplicar disciplina sin recurrir a humillaciones ni reproches.
- Expresar enfado sin usar un lenguaje hiriente u ofensivo.
- Reconocer y respetar las emociones y opiniones de tu hijo sin descalificarlas ni juzgarlas.
- Felicitar a tu hijo cuando haga bien las cosas sin encasillarlo ni elogiarlo de manera excesiva.
- Dialogar, responder a las preguntas de tu hijo, analizar juntos las situaciones de dificultad que se presenten.
- Guardártelas cuando lo que se necesita es calma, que pase la tormenta de emociones para después conversar.
Aprovechar el poder la palabra
Usa el poder de la palabra para contribuir a fortalecer la autoestima y autoconfianza de tu hijo.
Evita las palabras que insulten, juzguen y etiqueten
Evita usar palabras como “tonto”, “rebelde”, “malo”, “inútil”, “sinvergüenza”, “irresponsable”, “descuidado”. Este lenguaje hiere los sentimientos de tu hijo, y a la vez le pone una etiqueta que condiciona su conducta.
Piensa en cómo se siente tu hijo después de oír esas palabras, y cómo te sentirías tú si te las dijeran. Reflexiona sobre su actitud tras oírlas, tal vez intentó defenderse o evadir la situación culpando a alguien más.
Tampoco es sano etiquetar en sentido contrario. Es decir, alabar en exceso y clasificar al niño como el “mejor”, “maravilloso”, “perfecto”, “inteligente” o “bueno”. Tu hijo podría llegar a pensar que no tiene nada que mejorar ni tiene que esforzarse, o sentirse presionado porque hay demasiadas expectativas sobre él.
Igualmente, podría descubrir que muchos de estos elogios son vacíos porque haga lo que haga siempre se los dirán.
Usa palabras para involucrar y solucionar
Pronuncia palabras para que tu hijo se involucre en la solución de una situación. Para ello, procura describir lo que está pasando y luego invítalo a tomar acción para solucionarlo.
Por ejemplo, “veo que los juguetes están desordenados en el suelo, necesitamos guardarlos para dejar tu cuarto en orden”. De esta manera, no juzgas ni culpas, solo te enfocas en la situación no en el niño.
Usa las palabras para transmitir amor
Como amas a tu hijo, puedes llegar a pensar que cualquier palabra que le digas, así sea insultante o degradante, es válida porque está justificada por el amor que sientes por el niño. Pero no, ten presente, como te hemos dicho, que las palabras hieren, humillan, ofenden y dejan huella.
El amor tiene que verse reflejado en las palabras. Por lo tanto, haz un esfuerzo por comunicarte con afecto en todas las situaciones.
Enséñale el poder de la palabra
Es importante que también prestes atención a cómo tu hijo usa las palabras. Si se comunica con otros mediante insultos, burlas o frases que denigran, intenta averiguar por qué lo hace.
Trata de inculcarle a tu hijo que el poder de la palabra está en sí mismo, es él quien tiene el control sobre lo que dice, y que la forma cómo usa el lenguaje tiene consecuencias para las demás personas y también para sí mismo.
El riesgo de usar el no
¿Te ha pasado que cuando pronuncias una frase comenzando con un no, sucede lo contrario a lo que querías evitar? “¡No corras, no te vayas a caer!” Acto seguido, el niño sigue corriendo y viene la caída.
Según la teoría del psicólogo Milton H. Erickson, esto sucede porque el cerebro de tu hijo se hace la imagen de lo que pretendes evitar (correr, caerse) para comprenderlo, y en esta imagen mental la expresión de negación no existe. Es decir, el foco del niño está en imaginarse correr y caerse, y esto lleva a una distracción que podría provocar que en realidad se caiga.
Por esta razón, se recomienda emplear frases que prescindan del no cuando quieras que tu hijo te obedezca. Quiere decir que es conveniente cambiar las frases negativas por las positivas. Por ejemplo, dile, “camina, el lugar es peligroso”.
Reserva el no para un momento de riesgo alto para tu hijo, para una situación crítica, donde corra un peligro grave, cuando la palabra tendrá el efecto de alertar.